Era una mañana tranquila en la oficina de Víctor, un hombre de 35 años que había construido una carrera exitosa en la contabilidad. Su negocio de consultoría financiera había prosperado durante años, brindándole una vida cómoda y estable. Aunque no rodeado de lujos, vivía con organización y confort. Tenía una casa agradable, vehículos funcionales y una clientela sólida. Además, siempre había ayudado económicamente a sus padres ancianos.
Sin embargo, la estabilidad pronto se vería amenazada. La economía global comenzó a tambalearse y los primeros indicios de recesión fueron claros. Los pagos se retrasaron, algunos contratos se cancelaron y las ventas cayeron. Víctor tuvo que tomar decisiones difíciles: recortar personal, ajustar sueldos y despedir empleados de confianza.
La oficina que antes simbolizaba su éxito ahora parecía vacía y sombría. En medio de las reuniones urgentes, se preguntaba cómo había llegado hasta ahí. El miedo y la incertidumbre lo consumían, especialmente con cada despido. La crisis económica no solo afectó su negocio, sino también su vida personal. Las deudas aumentaron, y tuvo que ajustar su economía familiar. Se vio obligado a vender bienes y reducir gastos. Las cenas especiales y las vacaciones fueron reemplazadas por un estilo de vida más austero. La prioridad era cumplir con sus compromisos financieros y sostener a su esposa e hijos.
Además, la carga de no poder seguir ayudando a sus padres, quienes dependían de él, lo desgastaba aún más. La presión aumentaba cada día.
Una noche, después de un día particularmente difícil, se sentó en su escritorio con una taza de café en la mano. Su mente estaba llena de preguntas, pero una sobresalía sobre las demás: ¿qué había estado haciendo con su vida, con su dinero? ¿Por qué se sentía vacío a pesar de tener lo que había soñado?
Recordó una conversación con su amigo, el pastor Javier, quien le había citado el texto de Mateo 6:21, “donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” y, además, le indicó “el dinero y los bienes materiales son solo una parte de esta vida, pero no son lo que le da sentido a nuestra existencia”. Esas palabras resonaron en su mente, pero ahora adquirían un significado mucho más profundo. La crisis económica lo forzó a mirar más allá de los números. Todo lo que había perseguido parecía desvanecerse, dejándolo frente a una verdad dolorosa: lo material era pasajero.
Mientras analizaba las cuentas y las pérdidas de su empresa, comprendió algo crucial: durante años había invertido tiempo, energía y recursos en acumular riqueza, pensando que eso le daría seguridad y felicidad; pero, con su negocio en crisis, entendió que la verdadera seguridad no estaba en lo material, sino en la fidelidad de Dios.
Decidió hacer un cambio radical. Comenzó a revisar su vida desde una nueva perspectiva. Sabía que debía empezar a invertir no solo en su empresa o en su futuro personal, sino en el Reino de Dios. No podía seguir buscando satisfacción en las riquezas terrenales, sino en lo eterno.
Empezó a ser más generoso con sus recursos, no solo en dinero, sino también en tiempo y habilidades. Colaboró con proyectos comunitarios, apoyó a iglesias locales e involucró más a su familia en causas que promovieran el bienestar de los demás. Aunque las dificultades económicas persistían, experimentó una paz que nunca había conocido. Ya no sentía que su valor dependiera de las cifras de su negocio.
Un día, mientras trabajaba en su oficina, un joven emprendedor le pidió ayuda para organizar sus finanzas. Aunque no podía pagarle por sus servicios, Víctor decidió ayudarlo sin esperar nada a cambio. “Este es el tipo de inversión que vale la pena”, pensó, mientras le entregaba algunos consejos valiosos, “invertir en las vidas de otros, en lo que realmente importa”.
Con el tiempo, comenzó a ver los frutos de su cambio. Su negocio, aunque todavía luchando, empezó a prosperar nuevamente, pero esta vez con una mentalidad diferente. Ya no veía el dinero como el fin último, sino como una herramienta para hacer el bien. Y aunque las dificultades económicas seguían presentes, ahora entendía que lo único que realmente importaba era invertir en el Reino de Dios, donde las riquezas son eternas.

¿Qué harías si todo lo que has construido se desmoronara de un día para otro? Al leer la historia de Víctor, te invito a reflexionar sobre cómo están tus finanzas y tu corazón. ¿Estás invirtiendo en lo eterno o solo en lo temporal? ¿Es tu tesoro la acumulación de bienes materiales o el impacto que puedes tener en el Reino de Dios? Que este recurso de reflexión te lleve a considerar si tus decisiones financieras están alineadas con lo que realmente importa: las inversiones que nunca se perderán.
Autor invitado: Esteban Delgado
Profesor y líder cristiano comprometido con la enseñanza de la Palabra de Dios. Especialista en Finanzas y Economía. Desde los últimos 3 años, forma a emprendedores a través de su empresa de consultoría.
Sirve en la Iglesia Bautista Fe y Esperanza. Su pasión es equipar a otros para vivir con fidelidad bíblica. Actualmente, cursa una maestría en Teología para seguir creciendo en el ministerio.


Mucho que aprender en esperar y darle a Dios nuestro corazón como prioridad en nuestras vida. Muchas gracias por el artículo.
Gracias por leernos Greiza.
¡Bendiciones!