Capítulo 2 / Mateo 26: 36-46 y paralelos.
Hemos llegado. A diferencia del anterior, el escenario ya no es un día cálido y tranquilo, por el contrario, el sol se ha ocultado ya hace muchas horas, es una noche fría y silenciosa en donde se respira tensión, casi como sacado de una película de suspenso. Estamos en el huerto de Getsemaní. Tratemos de no dormirnos como los caballeros presentes en el relato bíblico, más bien mantengámonos atentos a lo que acontecerá en las próximas horas, será una batalla de proporciones cósmicas.
Luego de la cena, Jesús y los discípulos se dirigen hacia el Monte de los Olivos, al lugar llamado Getsemaní. Al llegar les pide que esperen y se sienten, él iba a orar; y toma consigo a Pedro, Jacobo y Juan, abre su corazón ante ellos, comienza a entristecerse, a angustiarse mucho, les dice que está angustiado hasta la muerte y, además les pide que oren para que no entren en tentación. Jesús los deja y se aleja unos metros para orar solo.
Oración y Determinación
La oración es el elemento central aquí. Jesús oraba al Padre, con total claridad de quién era él (Cordero dispuesto a ser llevado al matadero), quién era el Padre (para quien eran posible todas las cosas), y cuál era la misión (sufrir el castigo físico y espiritual por la humanidad – beber la copa). Jesús sabía que antes de cualquier cosa era la voluntad del Padre la que debía determinar sus acciones, por encima de sus deseos humanos que batallaban dentro de sí en esos momentos, expresándose en angustia y tristeza de muerte, y difícilmente se podría excluir el temor ante una prueba como esta, y mucho menos se puede descartar el bombardeo espiritual que podría estar librando frente al reto de obedecer e ir a la cruz. Quizás el ser que se apartó de él por un tiempo en el solitario desierto (Lucas 4.13), ahora vuelve a asomarse en medio de la fría noche en el huerto de Getsemaní.
Oración y Desafío
El desafío más grande que ha enfrentado un ser humano lo enfrentó en oración.
Un desafío de implicaciones espirituales y cósmicas que urgía apoyo humilde por parte de los discípulos en oración – cosa que no pudieron entender y por lo tanto tampoco ejecutar, como también este desafío requería apoyo del Padre. De acuerdo al dato que nos ofrece Lucas, el Padre lejos de permanecer distante, en silencio o en aparente indiferencia, es compasivo, atento y activo en medio del clamor de Jesús y envía un “agente especial” del ejército celestial para fortalecer (confortar – eniscuo gr.) a su Hijo. Y de esto podemos aprender algo clave: sí, el liderazgo cristiano es quien más debe clamar en oración por ayuda del Padre, rogar al Señor para que envíe ángeles para fortalecernos y acompañarnos en los desafíos de la vida cristiana.
Es lamentable que un seguidor del Señor se resista a admitir su necesidad y aceptar el apoyo de Dios por medio de otros hermanos. Jesús, en medio de esta vigilia, estaba dando una de sus últimas enseñanzas: dependencia de la provisión de Dios.
Agonía y Misión
Revisemos esto punto por punto. ¿Qué generó la angustia y tristeza de muerte en el Señor? Esta pregunta amerita sin duda alguna varios artículos para cubrir una respuesta, y yo no sería el más indicado para ello, sin embargo, veamos brevemente lo que dice Stott sobre este punto:
Era la agonía espiritual de cargar con los pecados del mundo; en otras palabras, de enfrentar el juicio divino que dichos pecados merecían. Esta interpretación tiene el respaldo del Antiguo Testamento, donde tanto en la literatura sapiencial como en los profetas la ‘copa del Señor’ constituía un símbolo corriente de su ira.
Profundizando un poco más en el porqué de este lenguaje de Jesús en su clamor y considerando lo revelado en el Antiguo Testamento, Stott añade:
Este uso simbólico debió ser muy conocido por Jesús. Habrá reconocido la copa que se le ofrecía como la que contenía el vino de la ira de Dios, ofrecida a los malvados… ¿Tenía él que identificarse con los pecadores a tal punto como para cargar con el juicio que ellos merecían? Su alma impecable se retraía de este contacto con el pecado humano. Horrorizado, buscaba evitar la experiencia de verse separado de la comunión con su Padre, una alienación que el juicio contra el pecado ocasionaría.1
Decidir sufrir no solo el castigo físico por los pecadores, a través de la peor muerte, sino también padecer el castigo espiritual ¡beber la copa de la ira de Dios! como diría una amiga, era padecer lo que ningún ser humano ha sufrido ni sufrirá jamás; ante esto cómo no angustiarse hasta llegar a una posible hematidrosis.
Refiriéndonos ahora a la misión, hay una conexión con el huerto de nuestro artículo anterior. En Romanos, en el capítulo cinco el apóstol Pablo coloca frente a frente a Adán y a Cristo, y la obra de cada uno. En síntesis, si por el pecado de Adán reinó la muerte, por el sacrificio de Jesús reinará la vida, si por Adán vino la condenación por la justicia de Jesús vino la justificación, y si por la desobediencia del señor Adán fuimos constituidos pecadores, por la obediencia del Señor Jesús seremos constituidos justos si confiamos en él. En este sentido Cristo es el nuevo Adán (1 Co.15:45) y a su vez es la simiente de Eva (Gn. 3.15), el sanador herido (Is. 53.5) que aplasta la cabeza de la serpiente (Ro.16.20) y así, amigo lector los personajes de Edén vuelven a escena, le dije que no se durmiera. Dicho de forma poética, la misión del Padre para el Hijo fue: ve y recupérame el paraíso.
Una escena del mundo del cine que ilustraría (de forma ficticia) lo que pudo haber sido este momento crucial en la vida de Jesús es la primera escena2 de la película de Mel Gibson de 2004, La Pasión de Cristo. Brillante y estremecedora escena.
Nosotros frente a esta batalla
La oración en Getsemaní fue algo más que una plegaria antes de ir a la cruz. Fue quizá la mayor tentación de Jesús, la verdadera prueba del Señor de todo su ministerio, sin duda, una batalla descomunal. El regalo de salvación tuvo un costo altísimo, el más caro, por lo tanto, despreciar sutil o abiertamente este regalo es catastrófico.
Si usamos un lenguaje comercial: el paraíso ha reabierto sus puertas para todo público. Toda la mercancía de bendiciones es gratis, no se puede comprar con oro ni plata, es invaluable e incomparable. Hay acceso al reino de Dios y participación activa; ya está paga la membresía, pero se requiere aceptar por fe a Aquel que pagó por usted y por mí. Esta es la oferta para todo ser humano. Al aceptarla podremos también tener claro quiénes somos (somos pecadores rescatados y perdonados por gracia), tener claridad de quién es el Padre (porque ahora somos hijos suyos y le conocemos), y por ende conocer nuestra misión (hacer la voluntad del Padre).
En Jesús, el nuevo Adán, nuevamente vuelve la esperanza, la vida eterna y el propósito eterno para el hombre, él venció en esta batalla de huertos. Lo que se perdió en el huerto en Edén, en Getsemaní es rescatado. Si en Edén se concluyó en tragedia, en Getsemaní se desató la victoria. La vida cristiana consiste en no repetir lo del viejo Edén, y vivir con actitud de Getsemaní, con la mirada puesta en la promesa del nuevo Edén.
- John Stott, La Cruz de Cristo (Certeza, 2008), p. 101-102.
- Canal J. Doma. (11 de abril de 2017). The Passion of the Christ Satan Trying To Tempt Jesus. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=1Rmv1PmL6q0